Uno de los mejores recuerdos que tengo de mi niñez era el sentarme con mi abuelo en el salón a ver los toros. Él me decía cómo se llamaba cada pase, cada gesto y me hizo ver la valentía del torero, la nobleza del toro, la danza acompasada de los dos...
Será que disfrutaba tanto de la compañía de mi abuelo, que ni veía la carnicería del pobre animal.
Ahora todavía dudo entre el respeto a la fiesta o la denuncia de la misma (¿no se podrá torear con banderillas de velcro y estoques de pega como las espadas de las películas?). Y aquí no hay reconciliación posible, o estás con nosotros o contra nosotros, y es por eso que procuro no pronunciarme, porque cada vez que veo una corrida me acuerdo de mi abuelo y sé que la miro a través de sus ojos...
Pero hoy he visto una noticia de un encierro de un toro al que hostigan con vehículos...
Si no soy amiga de los encierros, mucho menos de esas demostraciones de crueldad hacia el animal. Vale, acepto que matemos animales para comer, pero no sé qué sentido tiene tirar una cabra de un campanario, arrancarle la cabeza a las gallinas o perseguir a un toro en todoterreno campo a través.
Así que no podré evitar el acordame de mi abuelo cuando echen toros en la tele, pero no voy a sentarme a verlos, porque ya no me entretiene el sufrimiento. Si acaso, veré la vaquilla del Gran Prix que ésa también le gustaba a mi abuelo. Y pasaré de los animales que corretean a los pobres toros.
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