domingo, 27 de junio de 2010

No me gusta el café

Es cierto, no me gusta. Pero lo tomo.
Aunque tiene que ser un café muy especial. Si me devolvieran los euros de todos los cafés que no me he tomado tendría una fortuna.
Tomo café con leche y sacarina.
Si el café es demasiado flojo, puedo beberlo. Si es demasiado fuerte sólo daré un sorbo o dos hasta que mis papilas determinen que están saturadas con el sabor.
"Échale más leche" me recomiendan, "más azúcar"
¿Es que no entienden que una café fuerte con más leche o más azúcar sigue siendo un café fuerte con demasiada leche o demasiado dulce, además?
¿Tanto trabajo me costaría pedirme otro café?
No me gusta la leche, tomo la justa para disimular el café que tampoco me gusta.
Así que no me ofrezcan más leche, ni más azúcar. Dénme un café que pueda tomar, uno que tenga el sabor justo y apropiado para mis papilas gustativas porque estoy harta de tener que disimular sabores y sinsabores para podérmelos tragar.

lunes, 21 de junio de 2010

Solticio, noche de San Juan y otras hogueras.

¿He dicho ya que el verano es mi estación favorita?
Pues dicen los entedidos que hoy empieza, aunque el cielo persista por aquí en lucir los grises colores otoñales y las temperaturas, aunque suaves, no invitan todavía a desvestirse y calzarse sandalias.
Aunque para mí no empezará realmente hasta la noche de San Juan. Fiesta en mi pueblo, pachangueo.... y fuego.
Me fascina el fuego, como me fascina el mar, al igual que debió fascinarle a los cavernícolas. Parece un ser vivo que respira y devora todo lo que toca, absorviendo y transformando su substancia.
Recuerdo los sanjuanes de mi niñez: terminaba el colegio y empezaba la fiesta el día que venían repartiendo las "banderitas" con las que se adornaba la calle, luego había que colgarlas, y ornamentar las puertas y una vez un vecino, poeta él, escribió carteles donde con rima de romancero se anunciaba quién vivía en cada casa y cuales eran sus virtudes y sus defectos.
Había concursos y juegos para niños y mayores: de disfraces, carreras de cintas, de sacos, con el huevo y la cuchara...chocolatadas o merengadas en las que había que darles de comer al compañero con los ojos vendados y que acababan como el rosario de la aurora con todo cristo manchado de chocolate o de merengue. Huevazos en la cabeza, a modo de bautismo en el que en lugar del consabido nombre del padre y del hijo se rezaba " la tierra es redonda y se demuestra así" . Jugar en la calle hasta la madrugada mientras los vecinos sacaban las sillas y las cenas a la puerta y los zagales comíamos un poco de cada casa, cual cochinillos de San Anton.
Era fantástico ver a nuestros padres de buen humor y un poquito borrachos, los vecinos se daban besos y se perdonaban por aparcarse unos a otros en las puertas de sus casas.
...Y la hoguera. En la mágica noche de San Juan en las que corté ramas de helecho y vertí cera en el agua y todo ritual cuanto escuchábamos para traer buena suerte o encontrar un amor.
La quema del muñeco que presenciaba desde mi azotea. Las llamas que lamían y devoraban, y la expectación cuando le quedaba poco porque nos habían dicho que dentro ponían petardos.
Acostumbré a lanzar mis malos pensamientos a ese fuego, mis miedos y mis dudas para que fueran devorados y reducidos a cenizas. Para que volaran como pequeñísimas estrellas anaranjadas hasta desparecer.
Renovación, purificación y el alma libre y ligera, vestida de verano también.

Seguro que no es tan espectacular como las Fallas o las hogueras en la playa este fuego pequeñito que duraba apenas cinco minutos. Pero para mí era el paso hacia una época de solaz y aventura, mi bendito verano, y el momento en que mudaba de piel el corazón.

Ya me impacienta esperarlo este año.

domingo, 13 de junio de 2010

Tirando piedras.

A veces me parece que transcurro por la vida, en lugar de vivirla.

Me siento como una piedra arrojada al agua con pericia, para que vaya tacando la superficie y remontando de nuevo el vuelo.
Esa piedra pequeña, aplastada, que se moja y se seca con el absurdo convencimiento que no se hundirá.


lunes, 7 de junio de 2010

La primavera la sangre altera o los peligros de enamorarse a los 90

Supongo que recuerdan a Juan.
Bueno pues parece que la rehabilitación ha dado más de sí de lo que pensábamos.
Desde que le dí el alta sigue bajando cada día al gimnasio para caminar y darse su masajito. Es un señor muy sociable y no hay dama que no presuma haber sido objeto de su atención durante al menos 10 minutos.
Pero esta señora, se la que no daré el nombre para respetar su intimidad, ha motivado un grado de atención..cómo lo diría....más...ardiente.
Fue verla y ser atraído por un imán.
Yo, que en este tiempo he desarrollado un sexto sentido par detectar movimientos extraños en mi terreno (yo lo llamo el sentido arácnido y es la causa por lo que el gimnasio sea la sala del centro en el que menos caídas hay a pesar de que el el sito dónde más gente camina) rápidamente giro mi cabeza para ver a la pareja hablándose al oído...a voces y es que a los noventa la sordera es un mal común y las conversaciones poco privadas.
A cada vueltecita que daban por la sala se cruzaban y se buscaban para hablarse un ratito. Juan parecía Fernando Alonso intentando sacar más redimiento de su Ferrari, no corría, volaba. La señora, esperaba modestamente a que él la alcanzara dejándose doblar por su impetuoso amigo.
La conversación empezó como todas: de dónde eres, estás casada o viuda, cuánto llevas aquí...secundadas por el ¿y tú? correspondiente. Me sorprendió la coquetería de él al quitarse, así como si nada, 16 años de un golpe porque ella le parecía más jóven (él tiene 96, ella sólo 90)

Al final ajustaron el ritmo y caminaban juntos. A mí se me desbocaba el corazón...porque cuando nos enamoramos todos hacemos locuras y la de ellos fue soltar el andador para darse la manita...y yo detrás de ellos, cual celestina, vigilando que las alas que les habían crecido en el corazón no acabaran drásticamente con las estadísticas de seguridad de mi territorio.

Ahora no sé que hacer, si dejar que sigan bajando para pasear bajo mi supervisión o mandarlos al patio a pelar la pava

sábado, 5 de junio de 2010

No me pises la entrada...

...la del blog, no la de casa. Bueno, esa también que acabo de limpiar.
Es que parece que hemos puesto de moda entre los amigos eso de tener blog y contarnos la vida así aunque nos veamos a diario.
Desde luego yo soy de la opinión de que escribiendo se dicen cosas que no se dirían a la cara. A veces porque suenan cursi, otras porque nos da vergüenza y otras simplemente porque el pararte a escribir te hace pensar la forma más adecuada de decirlas.
Lo malo, es que en una conversación tienes la oportunidad de que te respondan y poder aclarar el contenido de tu discurso (el no me entiendes frente al no te explicas de toda la vida, vaya) y cuando pones algo por escrito, y más aún en un blog, es como lanzar un mensaje en una botella al mar (virtualmente, claro, que no hay que contaminar los océanos): ni sabes quien la recibe ni lo que entenderá de ahí... Claro que tiene la enorme ventaja de que puedes hablar hasta cansarte sin que nadie te interrumpa.

Y como siempre es difícil saber qué contar, uno va buscando ideas por cualquier parte. Sobre todo en las conversaciones con los amigos...
Hay que estar atento a cualquier comentario, plantear los temas con astucia, observar las reacciones de la gente y sobre todo, lo más importante, hay que ser rápido: " esto me lo pido para contarlo en mi blog!"

Ea, ya lo has dicho.

Cachisenlamar, ¡esa era buena!