"El ejercicio es el siguiente: cerrad los ojos y empezad a acercar una mano a la otra, las palmas, como si fuérais a rezar. Intentad acercarlas todo lo que podáis...sin llegar a tocarla."
Era difícil, los pulpejos de los dedos, sin la ayuda de la vista, se tocaban antes de que pudiera frenarlos. Pero con el tiempo, poco tiempo además, empecé a percibir el calor de una mano en la otra y aprendí a acercarlas lo máximo posible sin llegar a tocarlas.
A menudo nuestro profesor calentaba monedas con el mechero y las colocaba sobre la espalda del conejillo de indias de turno mientras los demás intentábamos acertar dónde las había puesto, más adelante sólo calentaba la zona con su mano o con un par de dedos.
También nos tocó aguantar cubitos de hielo para aprender a detectar las zonas frías.
Cada protuberancia, anatómica o patológica, cada cambio de grosor, de elasticidad, de firmeza...debía ser apreciado por nuestras manos, por la yema de los dedos.
Nos enseñó a encontar el pulso en las zonas más inverosímiles.
Bromeábamos con que el exámen práctico consistiría en encontrar un guisante debajo de diez colchones...
Nos exigía leer e interpretar correctamente lo que nos decía la piel a la piel.
Con esto (y al decir esto me refiero a esto) pasa lo mismo: hay veces que llegas a sentir sin llegar a tocar. Hay veces que llego a sentiros cuando os leo, sin tocaros ni nada.
Gracias.
4 comentarios:
Ya te he dicho, creo, en otra ocasión que tu oficio para mí es mágico: nada menos que alejar el dolor con tus manos. Con este pequeño ejemplo sobre tu formación me reafirmo en lo de la magia: un oficio que enseña a sentir sin ver, a notar lo que hay debajo de la superficie. Me he emocionado con esto -y me refiero a esto yo también-, así que gracias a ti, como siempre.
Un post genial. De nada, por la parte que toca. :-)
Gracias a ti también por estas palabras llenas de sentimientos.
Gracias a vosotros y los que no comentan... también
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