"Yo tenía que morirme: ya no pinto nada aquí, no soy más que un estorbo, lo comprendo, llenita de dolores y sin poder andar siquiera, en esta silla todo el día y a lo que quieran hacerme, ¿tú crees que esto es vida?que se lo pido a Dios todas las noches: llévame, Gran Poder; de verdad te lo juro que si yo pudiera, me mataba, me tiraba al tren, mira cómo tengo las manos, que no las puedo ni cerrar, si Dios hiciera un milagro y no me levantara mañana, pa lo que me queda, que ya casi ni me anda el corazón, que no tengo ganitas de ná, de ná, que ni como siquiera, un asquito, una fatiguita todo el día..."
Miro su pecho, donde su corazón casi ni anda y los botones de la camisa casi no le abrochan de lo que ha engordado y voy al despacho. Cuento ocho pastillas, pequeñas, redondas y se las llevo con un vaso de agua. Tomeselas, le digo, se quedará dormida y aquí paz y después gloria.
Me mira, mira las pastillas, "que guasona eres". Vuelve a mirar mi cara y la mano donde tengo las pastillas. Se asusta, se lleva la mano al pecho, "esas son las que me dan de noche para los nervios, las de dormir.." y luego se agarra a las espalderas y empieza a ponerse en pie.
Se levantó por lo menos 10 veces y luego anduvo quince minutos sin protestar.
Guardé las pastillas en el bolsillo de la bata que no es cuestión de desperdiciar con lo cara que está la sacarina.
El día que alguien me las coja, dejo el trabajo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario